domingo, 1 de febrero de 2015

Dios nos avisó a tiempo


“¿Qué pues diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” Romanos 8:31.

Una noche fría, en Uruguay, uno de nuestros hijos salió para hacer un recado. Él tenía muchos deseos de estudiar en la Escuela Industrial y estaba ahorrando el dinero necesario. Estábamos conversando, con mi esposo y los otros cuatro hijos, sentados uno al lado del otro cuando, de pronto, escuchamos unos gritos aterradores detrás de la puerta y alguien que golpeaba desesperadamente. La voz nos decía, con gritos estridentes: “Don Rodríguez, se llevan a su hijo, lo han asaltado, lo están golpeando y se lo llevan hacia el arroyo. Después de que lo maten lo tirarán al agua desde el puente. Corra para ayudarlo, corra o lo matan”.

Mi esposo salió corriendo. Yo quise ir con él, pero no vimos a nadie. En la calle no había ni una sola persona y nos quedamos asombrados. Mi esposo corrió hacia el arroyo y me pidió que me quedara para cuidar de mis otros hijos. Caí de rodillas y oré con todo fervor y angustia: “Señor, salva a mi hijo, cuida de él”.

Estoy segura de que un ser celestial tocó nuestra puerta. Nuestra casa estaba muy iluminada, y la calle donde vivíamos también lo estaba. Esa noche se veía claramente que por la calle no caminaba nadie y estaba todo en silencio. ¡Qué extraño! Estoy segura de que antes de que yo hiciera mi oración, el socorro del Señor ya estaba con mi hijo.

Cuando llegaron a casa me sorprendí aún más al ver que mi hijo no tenía ni un solo rasguño. ¡Maravilloso Dios! Él había cumplido su promesa de responder antes de que yo se lo pidiera. Cuando nos fuimos a descansar, agradecidos a Dios por el milagro, mi esposo me dijo: “Querida, tú sabes todas las cosas que te he dicho respecto a tus creencias y la fe que profesas. Pero hoy no sé qué decir por lo que he visto. Nos tocaron la puerta y gritaron, pero cuando fuimos a ver no había nadie. En la calle no había gente, pero a nuestro hijo lo estaban asaltando y Dios lo cuidó y protegió”. Yo sí sabía qué decir: “Gracias, Señor, no solo por cuidar de mi hijo sino por tocar el corazón de mi esposo”.

Amiga, el Señor usa impensadas estrategias para hacernos conocer su verdad y aceptar a Jesús como nuestro Salvador.



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