A su tiempo
Miré, y lo puse en mi corazón; lo vi, y tomé consejo. Proverbios 24:32.
El éxito no aparece de un día para otro. En la vida todo conlleva tiempo y esfuerzo; y si del jardín se trata, la paciencia es la mayor virtud del jardinero.
Terminaba la estación invernal y mi jardín parecía un solar abandonado. Apenas era una triste maraña de arbustos carente de flores y rosales poblados de hojas secas del verano. Tuve la sensación de que mi jardín nunca más iba a reponerse. Allí habitaba el olvido. De seguro el mundo vegetal había olvidado que era hora de reanudar su curso. Solo yo sentí la impaciencia.
Me disponía a regresar a la casa con este pensamiento cuando sentí que alguien tiraba de mi cabello. Alguien en mi jardín requería mi inmediata atención, y se negaba a soltarme. Al voltear la cabeza, noté que era un rosal, cuyas ramas desnudas y espinosas se habían enredado en mi cabello. Tuve la sensación de que la rosa me obligaba a escucharla; me decía: “Mírame, y aprende de la naturaleza”. Era una de mis rosas favoritas. Nada había en aquel rosal en ese momento que invitase la admiración. No había una sola flor, un solo pimpollo, un solo pétalo que lo hermoseara. Y sin embargo, todo en él hablaba de una belleza futura.
De repente, la imagen de aquel rosal, adornado con sus rosas de verano, apareció en mi mente. Recordé su belleza, su delicada fragancia, la suavidad de sus pétalos, sus colores exquisitos… y me encontré en falta delante de aquel rosal despojado, que tan bien sabía esperar su tiempo.
Salomón nos deja claro que “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ecl. 3:1). Es normal que a veces nos desanimemos. Es normal que a veces pensemos que Dios demora en regresar a esta tierra o en contestar una oración, o que nuestros problemas no se van a solucionar nunca. Pero debemos recobrar el ánimo. Las promesas de Dios no fallan. Todo tiene su propio tiempo debajo del cielo. Y cuando de la eternidad se trata, Dios tiene su propio tiempo.
Dios cumplirá sus promesas bajo cualquier circunstancia. Nuestra esperanza es “la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos” (Tito 1:2).
-Olga Valdivia.
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