domingo, 31 de julio de 2016

“¿CÓMO REPARAR UN CORAZÓN ROTO?”

«Ten piedad de mí, Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. ¡Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado!». Salmo. 51: 1, 2

Lewis Smedes escribió: «El poder más creativo dado al espíritu humano es el poder de curar las heridas de un pasado que no puede cambiar» (The Art of Forgiving, p. 176). ¿Pueden ser reparados un corazón, un hogar? ¿Pueden salvarse una familia, una comunidad? Meditemos un momento sobre el perdón.

El perdón, ciertamente, es posible. El adulterio no es tanto causa de divorcio como causa de perdón. La Biblia no ofrece ningún catálogo de los pecados más fáciles de perdonar. Simplemente nos garantiza que Dios perdona el pecado y que los amigos de Dios podemos hacer lo mismo.

El perdón, de hecho, es necesario. «Cuando perdonamos, liberamos a un prisionero y descubrimos que el prisionero al que liberamos somos nosotros» (p. 178). Si me aferro a mi herida emocional y a mi dolor, no te castigo a ti: me castigo a mí.

El perdón, en realidad, es difícil. Cuando has sido herido tan profundamente y anhelas venganza o retribución, en el mejor de los casos, no es fácil pasar página.

El perdón es una elección. Y nadie salvo tú, ni siquiera Dios, puede adoptar esa elección. Es la elección de dejar al que te hirió al cuidado y al amor de Dios. Puede que precises quedarte sola en tu casa y repetirte en voz alta: «Lo perdono, lo perdono, lo perdono». Es una elección de la voluntad, pero los sentimientos acabarán viniendo.

El perdón no es olvidar. Smedes lo expresa así: «Una memoria sanada no es una memoria borrada». ¡Por supuesto que recordarás el hecho! Pero «perdonar lo que no podemos olvidar crea una nueva forma de recordar. Transformamos el recuerdo de nuestro pasado en una esperanza para nuestro futuro» (p. 171).

El perdón se ofrece. La oración pronunciada en medio de la cruz fue para todos nosotros. «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Luc. 23: 34) es una oración ofrecida a todos, para que también nosotros pudiéramos pronunciarla y ofrecerla. Cristo nos dio el perdón, pleno, gratuito y para siempre. Y debemos transmitirlo. «De gracia recibisteis, dad de gracia» (Mat. 10: 8). Porque, ¿cómo, si no, repararemos un corazón desgarrado?


De paso por este Mundo

Sabían que en este mundo, ellos estaban de paso, como los extranjeros. 
 Hebreos 11:13
Un viajero visitó al rabino Hofetz Chaim y quedó muy impresionado al ver que el hogar del maestro era una habitación repleta de libros, con una mesa vieja y una pequeña silla como único mobiliario. Al ver la sencillez de Chaim, el turista le preguntó:

-Maestro, ¿dónde están sus muebles?

-¿Dónde están los tuyos?

-¿Los míos? Qué pregunta tan extraña… yo estoy aquí de paso.

-Yo también. Este no es mi hogar, solo estoy aquí de paso.

Este relato resume muy bien nuestra situación: somos “extranjeros de paso por este mundo” (Hebreos 11:13). Este no es nuestro hogar. Jesús dijo que no pertenecemos a este mundo (Juan 17:16) y Pablo declara: “Nosotros somos ciudadanos del cielo” (Filipenses 3:20). Siendo así, no podemos darnos el lujo de colocar todo nuestro interés en bienes que se esfumarán ante el paso inexorable del tiempo. ¿Aspiramos a tener herencia en un mundo que será destruido?

En Apocalipsis 21 y 22 el profeta Juan describe nuestro futuro hogar: “Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, y también el mar. Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de la presencia de Dios. Estaba arreglada como una novia vestida para su prometido. Y oí una fuerte voz que venía del trono, y que decía: Aquí está el lugar donde Dios vive con los hombres. Vivirá con ellos, y ellos serán sus pueblos, y Dios mismo estará con ellos como su Dios’ ” (Apocalipsis 21:1-3).

El profeta Isaías, que también había contemplado la tierra redimida, escribió: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra. De lo pasado no habrá memoria ni vendrá al pensamiento” (Isaías 65:17, RV95). En la tierra nueva todo será felicidad y gozo (vers. 18); el lloro y el clamor no existirán allí (vers. 19). El profeta, incluso, anuncia que Dios “destruirá a la muerte para siempre” (Isaías 25:8, RV95). ¿No te gustaría vivir en ese mundo muevo? ¡Ese es tu verdadero hogar! Y ahí es donde perteneces. Al trabajar, estudiar, planificar tu bienestar en esta tierra, ten en cuenta que Jesús te espera en tu verdadero hogar: el cielo.




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