¿Qué haces aquí, Elías?
“Allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Llegó a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ‘¿Qué haces aquí, Elías? ’” (1 Reyes 19:9).
Horas después del sacrificio del Carmelo, la lluvia todavía no había llegado.
Elías oró seis veces a Dios y seis veces su criado volvió diciendo que no había señales de lluvia. El profeta empezaba a inquietarse. Quien había denunciado duramente la apostasía del pueblo, estaba ahora suplicando por agua, la renovación en Israel de las bendiciones temporales de la vida. La séptima vez, los nubarrones de la tormenta llegaron y ¡de qué manera! De inmediato, el siervo de Dios advirtió al rey que descendiese a Jezreel, pero era ya de noche, la oscuridad y la lluvia torrencial no dejaban ver el camino, así que Elías avanzó delante del carro de aquel rey impío señalándole la ruta como un humilde criado.
Cuando la reina Jezabel se enteró de lo sucedido en el Carmelo, la muerte de los cuatrocientos profetas de Baal la llenó de ira y amenazó de muerte a Elías (1 Rey. 19:2). Esa misma noche, un mensajero despertó al profeta y le transmitió las palabras de Jezabel y, de manera incomprensible, el poderoso paladín de la verdad del cielo se llenó de temor y entró en una terrible depresión. “Pero el que había sido bendecido con tantas evidencias del cuidado amante de Dios, no estaba exento de las debilidades humanas, y en esa hora sombría le abandonaron su fe y su valor” (Profetas y reyes, p. 117). Y es que, en las batallas de la fe, no basta con obtener la victoria una vez por todas; nuevos conflictos volverán a poner a prueba nuestra confianza en Dios. En la experiencia religiosa, nadie puede pretender “vivir de las rentas”.
En Horeb, donde Moisés había visto la espalda de Jehová, se volvió a revelar el Señor a Elías, pero no en el huracán, ni el terremoto, ni en el fuego, sino en un silbo apacible y delicado. Y de pie, en la boca de la cueva, cubierto su rostro, escuchó dos veces la inquisitiva pregunta: “¿Qué haces aquí, Elías?” Su misión no había terminado. Su desánimo y su frustración le estaban apartando de la gran reforma religiosa que le quedaba por hacer. Asimismo, a todo hijo de Dios cuya voz el enemigo de las almas ha logrado silenciar con el abatimiento, se le dirige la misma pregunta, y solo con fe abnegada, aferrados a Jesús y al amor de Dios podrán responder de la mejor manera.
¿Te sientes triste? No te abandones a la desesperanza. Tu misión no ha terminado. Disponte hoy a escuchar la voz del Señor.
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